Fredi López Mendiburu tenía 30 años cuando, como en otras muchas ocasiones, se dirigía con su coche a la planta de biomasa de Acciona Energía en Sangüesa. No recuerda más. Le contaron que tuvo un accidente y que su coche acabó en el río Irati. Un mes después, cuando se estabilizó, le comunicaron que una lesión medular le había causado paraplejia.
Hoy, Fredi tiene 44 años y su discapacidad no le ha impedido continuar con su trabajo, practicar deportes, casarse e incluso ser padre de trillizos. A pesar de las adversidades, él siempre se ha considerado un privilegiado y así trata de sentirse cada día. “He venido con la silla porque tengo la bici arreglando. La uso siempre que puedo”, dice con una sonrisa. Sus ganas de vivir se palpan en cada una de sus palabras.
¿Cómo era tu vida antes del accidente?
Siempre he sido muy deportista y he tenido muchos amigos. Esas dos cosas se unen muy bien en el montañismo. He practicado muchos deportes, pero éste siempre ha sido muy especial para mí. Cuando tenía 20 años y estaba en la universidad centrado en lo que quería estudiar, mi padre tuvo un accidente de montaña y se mató. Fue en Ordesa, en una excursión que habíamos hecho un montón de veces, en un sitio que amamos con pasión. Esto te ocurre con 20 años y la gente puede pensar que con esa edad todavía eres un crío. Yo creo que no. Se supone que ya era bastante adulto para superar un trauma como ese. Pero, por muy adulto que seas para superarlo, algo así te curte. Seguí haciendo montaña a pesar de lo que le había pasado a mi padre, e incluso con mayor dificultad, como por ejemplo en los Alpes. También, practicaba otros deportes como el rugby o el baloncesto.
¿Cuál era tu trabajo en esa época?
Mis padres me habían educado para trabajar en algo que me gustara. Eso me ha parecido siempre muy importante. Se les olvidó decirme que también lo hiciera en un ambiente que fuera agradable, que es el segundo apellido que completa la ecuación. Tenía clarísimo que a mí lo que verdaderamente me apasionaba era y es la ordenación del territorio. Tuve el lujo de entrar en el año 2001, con 28 años, en EHN (actualmente Acciona Energía), que por aquel entonces estaba creciendo una barbaridad. Me encontré trabajando con las energías renovables, poniendo mi granito de arena para cambiar este mundo (ríe). Empecé a trabajar en un grupo humano que valía oro y estaba muy contento con mi trabajo.
Pero esa buena situación se truncó con el accidente. ¿Qué ocurrió?
En esta vida se reparten golpes y regalos, y, sí, tuve un accidente laboral en el año 2003. Iba en dirección a la planta de biomasa de Sangüesa por una carretera por la que habré pasado cientos de veces. No sé lo que sucedió, pero inexplicablemente acabé en el río Irati. Mi coche volcó a 15 metros de desnivel y tuve una suerte increíble. Siempre digo que soy un privilegiado porque, de repente, un camionero que pasaba por allí paró, vio marcas de un coche hacia el río y reconoció que era el mío, ya que trabajaba para el suministro de la planta de Sangüesa. Llamó rápido y los bomberos me sacaron con una lancha del río como pudieron, con la suerte de que no me ahogué. Me llevaron en helicóptero al Hospital de Navarra. Estuve unos siete u ocho días al borde del otro barrio y, luego, como decían los médicos de la UCI a los que les tengo mucho cariño y mucho que agradecer, estuve desde el 28 de agosto con la biblioteca desordenada.
¿Qué quieres decir?
Los primeros siete u ocho días estuve en coma; del resto de 21 o 22 días tampoco me acuerdo, pero por lo que me han contado sí que hablaba, contestaba, escribía… Me preguntaban: “¿Qué hay en el centro de la plaza del Castillo de Pamplona?” Yo no tenía ni idea. Pero, por ejemplo, si me preguntaban por quién fue el segundo en el primer Tour que ganó Induráin contestaba que Gianni Bugno y tercero Claudio Chiappucci. No entendían cómo me podía acordar de unas cosas y de otras no. Por eso, los médicos decían que tenía la biblioteca desordenada. Del 28 de agosto al 29 de septiembre no me acuerdo de nada, no soy consciente de ese tiempo. Por lo que me han comentado, la UCI estaba saturada de gente que venía a verme (ríe).
¿Cuándo te despertaste?
Un mes después. Volví a recordar todo hasta justo antes del día del accidente. Me dijeron que me había quedado parapléjico, que tenía que ir al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo y que continuaría para la rehabilitación con Mutua Navarra.
¿Cómo recuerdas ese momento?
El recuerdo que tengo es estar tumbado en una cama y decir: “Soy Fredi, ¿qué me ha pasado?” Cuando me explicaron que había tenido un accidente y que me había quedado parapléjico, me sonó a silla de ruedas de por vida. Es curioso que asociamos la lesión medular, la paraplejia, a una silla de ruedas, a algo que es muy vistoso, a que no podemos andar. Pero hay más. No puedes controlar esfínteres, no tienes sensibilidad… Es bastante más complejo que simplemente no poder andar.
¿Cómo fueron esos primeros días tras descubrir que tenías una lesión medular?
Descubres que tu vida cambia, que tienes un cuerpo nuevo que funciona de otra manera. Te despiertas con una barbaridad de “no puedes” en la cabeza. Cuando llegué al hospital de Toledo, me di cuenta de que, aunque yo me partí la columna a la altura de la dorsal cinco, había gente tetrapléjica que no podía mover la silla más que con la boca. Entonces me di cuenta de que yo había tenido mucha suerte. Si yo me podía quejar de los 6 o 7 ‘noes’ que se me ocurrían cada mañana, había gente que tenía muchos más.
Tuviste que aprender muchas cosas nuevas de esa nueva situación.
Así es. Con la rehabilitación, empecé a conocer este cuerpo y a manejarme con él. Tienes que descubrir cómo puedes vivir sin la sensibilidad en la parte que está desconectada y te planteas utilizar un coche adaptado. Empiezas a conocer un montón de posibilidades para seguir adelante. Dentro de éstas, hubo una muy importante: desde el principio me acogieron muy bien en mi empresa. La primera vez que salí del hospital de Toledo, en el que había entrado el 15 de octubre, fue para ir de sorpresa a la fiesta de Navidad que organizaba mi empresa. Mi jefe, Esteban Morrás, me mandó a su chófer hasta Toledo para buscarme. Llegué a Pamplona y, de repente, cuando estaban unas 400 personas en mitad de la fiesta, entré por la puerta de atrás al escenario. Son momentos que te dan fuerza. El momento de la fiesta de Navidad fue súper bonito. Ves que la gente tiene una empatía tremenda.
¿Qué decidiste hacer con tu trabajo?
Desde la empresa siempre me dijeron que tenía la puerta abierta para lo que quisiera. Mi trabajo me encantaba y ellos me animaban a que yo volviera a cualquier puesto. Lógicamente, al que ocupaba antes del accidente no podía regresar. Puestos a emplear mi tiempo, conociéndome, sabía que iba a estar metido en 25 cosas, pero es que ésta era una que me gustaba mucho y que normalizaba bastante mi vida. Es una puerta abierta; mientras no haya un empeoramiento, se puede mantener. Pero no es cómodo. Rechazar una gran invalidez por una incapacidad total para seguir trabajando me cierra algunas puertas, y me abre otras. Decidí que podía tirar para adelante con esto, y merece la pena, sobre todo porque la cabeza la mantienes ocupada en una cosa que te gusta y que te absorbe tiempo. Hay que buscar alternativas. Eso no quita que muchas veces tengas que romper un montón de tabús y barreras.
¿Qué tipo de barreras?
Catalogo las barreras en dos tipos. Unas son las físicas, para las que de repente necesitas ayuda. La gente de mi alrededor me dice a veces que no me dejo ayudar. Me acuerdo de que en el hospital de Toledo mi madre me quería ayudar a ponerme los calcetines. Yo le decía que no, que tenía que aprender a ponérmelos yo. Cuanto más aprendiera desde el principio, más autosuficiente sería y menos me tendrían que ayudar. Otras son las barreras sociales, que vienen de los prejuicios. La discapacidad cada vez está más integrada en la sociedad y se ve de otra manera, pero sí que hay unas barreras. Muchas veces, la gente directamente te deja de lado y ya casi no te hablan. Laboralmente, también tienes que romper una serie de estereotipos marcados y tienes que ver tú mismo hasta dónde puedes llegar y hasta dónde tienes que demostrar tu valía. Por ejemplo, un día comenté a mis compañeros que me iba a ir de viaje a Valladolid y al principio les extrañaba que fuese solo. Pues sí, por qué no. Ese “por qué no” al principio te lo tienes que decir a ti mismo. Luego te das cuenta de que tienes que superar las barreras que la gente tiene preconcebidas. No me puedo subir a los árboles o escalar montañas, pero puedo hacer muchas cosas.
¿Crees que las personas con discapacidad aportan algo diferente a las empresas?
Hay mucha gente con limitaciones en las empresas, como es mi caso, pero sí creo que aportamos algo diferente, aunque pueda sonar pretencioso que lo diga yo. Ahora trabajo en un departamento con una calidad de compañeros brutal. Entiendo que muchas veces trabajan a un ritmo que no es el mío, pero a veces, simplemente por estar con ellos, actúan de forma diferente. La silla de ruedas hace que cuando alguien se queja de que está cansado o dice que está harto, al ver que estoy ahí, trate de no hacerlo. Convivir con gente discapacitada nos ayuda a todos. Además, cuando la gente se pone muy nerviosa, nosotros no tanto porque nos hemos llevado tantas bofetadas que estamos curtidos. Transmitimos quizá más calma en un equipo, somos más pacientes. No me desespero tan fácilmente como antes porque la perspectiva de lo malo ha subido; entonces ya no te afectan tanto las cosas. Pero esto es un proceso, no es tan fácil (ríe).
Y en ese proceso has vivido cosas que te habrán ayudado…
Después del accidente, he corrido maratones, he hecho submarinismo, vuelos sin motor, voy habitualmente en bici, esquío… La vida muchas veces tiene petardos de estos que te hacen saltar por los aires. Uno de esos momentos fue casarme con mi mujer, Maite, que fue algo increíble. Un año y algo después del accidente, en octubre de 2005. Fuimos de viaje de novios a Nueva Zelanda. Pensábamos casarnos antes, pero un golpe de estos te hace pensar. Vivo si cabe todavía más feliz desde entonces. Luego, nos planteamos la paternidad y nos tocó un regalo enorme: los trillizos. El principio es salvaje, pero para según qué cosas ayuda. Ahora que tienen 10 años, se me sigue cayendo la baba. Son una pasada. Yo en la vida siempre me he sentido un privilegiado. Lo hice antes de que se muriera mi padre y, después, cuando conocí a mi mujer. Entendí que las consecuencias del accidente podrían haber sido mucho peores. También, celebrando la boda y cuando tuvimos trillizos. La vida tiene cosas malas, pero también buenas, y hay que aprovecharlas.
Esta vitalidad que te caracteriza, ¿de dónde la sacas?
Me reconozco como una persona vital, pero no creo que lo sea especialmente. Entre mis amigos de toda la vida, hay algunos más vitales que yo, no paran quietos. Antes del accidente, si necesitaba que el día tuviera 26 o 27 horas, después, sobre todo al principio, necesitaba unas 35 horas. Como nos decían en Toledo, cada uno sale como lo que es: si eres vital antes del accidente, lo eres después. Ahora, en vez de ir a Toledo, suelo ir al Instituto Guttmann, que está en Badalona, el otro centro de referencia de España. Mutua Navarra me cubre las dos opciones y prefiero ir a Guttmann. La primera vez que fui conocí a una chica de Santesteban que acababa de sufrir un accidente. Una tía mía le conocía y me dijo que hablase con ella para ver cómo estaba. Le dije que la chica estaba muy bien y no me creía. Le expliqué que estaba bien porque tenía 200 cosas en la cabeza. Si ya no podía jugar a balonmano, me contó que intentaría ser entrenadora, o que haría cualquier otra cosa. La impresión que me dio cuando la conocí es que tenía muchas ganas de hacer cosas, y eso es clave para ser o no ser vital.
¿Qué le dirías a alguien que está pasando por lo mismo?
Si dices ánimo, es como la palabra oficial que decimos todos, ¿no? Pero es un ánimo para transmitir que quedan muchas oportunidades, incluso tras un batacazo como este. Yo, antes del accidente, estaba jugando a rugby y me tuve que retirar, pero la selección navarra fue a jugar un partido a Toledo en mi honor. Por un lado, no podía jugar a rugby; por otro, me llevé un regalo increíble. Tiene sus cosas positivas como, por ejemplo, para aparcar el coche, aunque lo cojo poco porque por movilidad prefiero ir en bicicleta. Son lo que yo llamo privilegios de la discriminación (ríe). Otra de las cosas positivas de estar en silla de ruedas es que, si lo que estoy contando lo llego a hacer sin que hubiese ocurrido el accidente o sin que hubiese fallecido mi padre, el mensaje no llegaría de la misma manera. El altavoz es mayor. En esta vida si das la vuelta a las adversidades, vas a encontrar muchas cosas. Me suelen decir que soy positivo, pero la verdad es que hay días que no.
¿Cómo das la vuelta a los días malos?
Hay días en los que evidentemente te desesperas. Incluso entonces, trato de pensar en la felicidad. Hay días que te levantas de mala leche o te agobias. Por ejemplo, hace poco más de un mes tuve una linfangitis, una infección en el pie que de repente se extendió. Sabía que tenía una herida, pero pensaba que estaba curada del todo. Como no tengo sensibilidad, se me infectó toda la pierna hasta la rodilla y fui con mi mujer a urgencias volando. De repente, miré la agenda y vi que no podría hacer muchas cosas que tenía planeadas. Además, laboralmente, suponía un mes de retraso e iba a suponer una gran carga para mis compañeros. La gente valora tu esfuerzo, pero también tienes tus limitaciones. Cuando estoy en situaciones así me agarro a recordar que soy un privilegiado, que tengo más de lo que necesito, que tengo amigos, a mi familia… Y soy feliz. No necesito más.
Sin duda, tu actitud es muy positiva.
Mira, la primera película que vi cuando me quedé en silla de ruedas fue Mar adentro, de Alejandro Amenábar. Salí del cine con la sensación de no entender nada. Su situación era mucho peor que la mía, pero el protagonista tenía la capacidad personal de ganarse el cariño de los que le rodeaban, hacer sus vuelos mentales y evadirse. Teniendo esa imaginación y esa capacidad personal, no entendía por qué estaba continuamente queriendo suicidarse. Hay gente y gente. Supongo que habrá a quien le pase algo más leve y se hunda en la miseria, o al revés. Hay personas que para mí son un ejemplo a seguir.
Por ejemplo, ¿quién?
Un gran amigo mío que se quedó en silla de ruedas antes que yo, Antxon Arza, presentador de Al filo de lo imposible, me dijo: “La silla de ruedas hay que llevarla debajo del culo, no en la cabeza”. Y tiene toda la razón. Llega un momento en el que admites que la silla de ruedas es relativamente cómoda. Si algún día se descubriera la solución a la lesión medular y se pudiera andar por el monte… Por pedir, siempre se va a pedir más. Pero así también se puede vivir muy bien, no hace falta mucho más que una silla de ruedas.
¿Hay algo que te queda por hacer?
Me gustaría… (se queda pensativo y sonríe). Hay una silla 4×4 con motores, un ‘miniquad’ con el que he dado algún paseo por el monte, pero espero dar muchos más. Me gustaría volver a hacer submarinismo. Cuando mis hijos aprendan más, igual podemos esquiar juntos a otro nivel. Quedan muchas cosas por hacer. Lo del vuelo sin motor, que probé en mi despedida de soltero, me encantó. A mí no me da miedo, pero igual a mi mujer sí, y como somos una pareja tampoco puedes hacer todo lo que te da la gana, ¿no? (ríe). Pero sí, queda mucho por hacer.
Tienes una buena lista que cumplir.
Mi padre siempre decía que viejo no era el que más años tenía sino aquel al que menos le quedaban. Él falleció con 58 años y siendo bastante joven de mentalidad. Después de su muerte, pensé que esa definición no me valía. Busqué otras y encontré una que dice que viejo es aquel que tiene más alegría por el pasado que por el futuro. Esta sí que me convence. En mi caso, con 30 años, envejecí de golpe una barbaridad. Te ves de repente en una silla de ruedas y ves que hay un montón de cosas que no puedes hacer. Luego, descubres que sigues siendo joven, porque en tu cabeza hay muchas cosas que estás pensando en hacer. Quieres vivir más y más cosas.
iciar
Fredi es un gustazo leerte.. transmites mucha fuerza física y mental. Gracias por compartirlo y sigue exprimiendo la vida como lo has hecho hasta ahora. Hay mucha gente que con mucha más libertad física ha hecho muchísimo menos en la vida. ;))
MANUEL CHOCARRO
Ese Fredy gran persona. Ya sabes que desde la distacia te apoyamos. Joxepe y Chocarro
Fernando Iribarren
Te conozco desde niño Fredy, y a pocas personas he visto echarle tanto valor y optimismo a la vida. Con tus amigos del cole, en el basket, en la montaña,... Y nos sigues enseñando esas ganas de vivir. Un abrazo.
Iñaki
Fredi, ejemplo de fuerza y valores con mayúsculas✌️✌️Los montañeros Tienen ese espíritu. Iñaki