Cuando uno ha dado 471 veces la vuelta a la Tierra en un camión y le sigue gustando conducir… es que verdaderamente ha nacido para eso, tiene alma de camionero. Cuando uno ha hecho seis millones de kilómetros al volante, ha visto de todo en la carretera y aún así dice que si un coche se le cruza por delante seguramente lo ha hecho sin mala intención… es que tiene un corazón muy grande.
Cuando uno, de repente, se parte el cuello y tiene que volver a aprender a andar, a tragar, incluso a hablar, y parece que la cosa no va con él y no se da la menor importancia al contarlo, como si fuera lo más normal del mundo… es que está hecho de otra pasta.
Camionero vocacional, buenísima gente y con una capacidad de superación extraordinaria: así es Pedro Manuel Martínez Pascual, riojano de 58 años, soltero, por quien nadie hubiera arriesgado a dar un duro el verano pasado y hoy sigue sorprendiendo a todos con su recuperación. Se desempeña con autonomía. Conduce sin ayuda su automóvil. Ha vuelto tan coqueto y elegante como siempre. “En Toledo era el único paciente que se presentaba vestido con pantalón y camisa al médico”, confiesa entre risas Santiago, su hermano.
Pero Pedro no se engaña. Le gusta llamar a las cosas por su nombre. “Mis brazos no son los de antes, ya me gustaría a mí. No consigo cerrar bien las manos, sobre todo ésta (muestra y se mira su mano izquierda). Pensé que iba a volver a trabajar…”, se encoge de hombros y zanja con su vozarrón grave. Antes se la pasaba viajando, ahora le toca estar quieto. “Francamente, pensé que me iba a adaptar peor”.
Más que resignado, es práctico. “Tiene la cabeza perfectamente amueblada, eso es lo que pasa”, tercia de nuevo Santiago. No es mucho de exteriorizar sus sentimientos, pero se le ve que a pesar de todo vive contento y agradecido. “Soy un privilegiado. Me lo decía una fisio en el Hospital de Parapléjicos de Toledo: ‘Mira lo que hay aquí, tú sólo tienes una mota en el ojo’. Y tenía razón”.
¿Cómo puede ser que la vida dé semejante vuelco en un instante? ¿Por qué? Todo eso se pregunta sin obsesiones Pedro, que en 35 años de profesión nunca había tenido un accidente, y eso que vio decenas. Ni una tijera, ni una carga tirada. Ni siquiera un susto grande. “Para que todo cambie no hace falta un accidente, basta un mal golpe como el que me di yo, eso he aprendido. En Toledo me encontré un tipo que se había quedado dormido en el sofá con la cabeza apoyada en la mano. Se dio un golpe con la cabeza y hoy está en una silla de ruedas sin solución. Así que…”
Un mal golpe. Un traspié al ir a bajar de la cabina. Quién sabe. Sucedió el 30 de julio de 2018.
Domingo, ya de anochecida. Sin saber bien cómo ni por qué, Pedro se despierta tumbado en el suelo de un aparcamiento de carretera, en la frontera entre Bélgica y Alemania, cerca de Aquisgrán. Yace entre su camión y otro remolque. No puede moverse. Sus extremidades no responden. Sangra abundantemente. Su mayor miedo es que el otro camión arranque y que, en su maniobra, lo acabe pisando. No hay un alma alrededor. Sabe que le queda toda la noche por delante. Es difícil de creer, pero no pierde los nervios. No entra en pánico. Al contrario, se lo toma con una sorprendente filosofía.
“No me importaba pasarme una hora tratando de atarme los botones de la camisa o de vestirme. Daba igual el tiempo que estuviera intentándolo. Estaba seguro de que iba a valer la pena, como así ha sido”
¿Existe entonces la filosofía de camionero? Hijo de mecánico y ama de casa, el mayor de cuatro hermanos, sin ningún antecedente familiar al volante, Pedro no lo duda: “Para ser camionero y entender lo que hacemos hay que tener, sí, alma de camionero. Yo la tengo desde chaval. La nuestra es una vida azarosa, porque no sabes lo que te va deparar cada día. Es una vida romántica también, siempre viajando y viendo otros lugares y a otras personas. Pero, sobre todo, es una vida solitaria. ¡Pasas solo tanto tiempo! Tengo amigos y comparto con ellos, pero me sigue gustando estar solo. Supongo que porque me he pasado la vida solo. Dile hoy a un joven de 25 años que va a vivir así, que se va a pegar dos meses fuera de casa, que este fin de semana tampoco va a poder volver, que no estará en la celebración del cumpleaños de la cría… No quieren saber nada. ¡No hay dinero en el mundo para pagarlo! Te aseguro que yo, a mis 58, no tendría hoy ningún problema en encontrar trabajo”.
Se detiene un momento. Se mira otra vez las manos. Nos enseña la cicatriz, hace memoria: “En fin, que me encuentro allí solo, tirado, sangrando e inmóvil. Supongo que me dormía a ratos, pero el recuerdo que tengo es que estuve casi todo el tiempo consciente. O quizá me equivoco, no lo sé. ¿Miedo? Hombre, imaginaba mis cosas. Llegué a pensar que eso de morirse no era tan malo como lo pintaban”. Cómo será este Pedro que consigue convertir en broma lo que fue una noche de terror.
Al amanecer, un grupo de camioneros polacos y lituanos encuentra a Pedro desvanecido. Lleva toda la documentación encima y eso permite que se le identifique rápidamente. Bomberos belgas lo evacúan al Uniklinik RWTH de Aquisgrán, donde lo intervienen de urgencia. Para cuando vuelve en sí, está ya operado e inmóvil en una cama de la unidad de cuidados intensivos. En Logroño, su madre anda con la mosca detrás de la oreja. No ha llamado la tarde anterior, como hace siempre a eso de las ocho y media cuando está de viaje. Avisa a Santiago, que a su vez le llama al móvil sin éxito. “La última conexión de su whatsapp era de las ocho del domingo. ¡Cómo vas a imaginarte nada así! Lo más lógico es que estuviera durmiendo o en la carretera”, interviene el hermano.
Plazaola Truck, con sede en Irurtzun, la empresa para la que trabajaba Pedro y de la que hoy habla con enorme agradecimiento, confirma al poco el accidente, pero no sabe cómo contactar con la familia. Es a través de Google como dan finalmente con el domicilio de los Martínez-Pascual en Logroño. Telefonean al dueño del bar contiguo al portal, un conocido de la familia de toda la vida, y éste traslada la noticia a la madre de Pedro y al hermano pequeño, Francisco José, que también vive en casa. Santiago, su hermana Amparo y una sobrina, Paula, no se lo piensan: cogen un avión a Dusseldorf al día siguiente y de ahí enlazan a Aquisgrán en tren. Desde ese momento y hasta el alta definitiva en Toledo, a finales de enero de 2019, seis meses después, no lo dejan ni a sol ni a sombra. “Tuvimos muy claro que no iba a estar solo. Ni siquiera cuando estaba en la UVI y sólo podíamos entrar a verle un ratito por la tarde”, explica Santiago, empleado de banca. Todas las partes involucradas en el proceso de recuperación coinciden: el apoyo de la familia de Pedro ha sido vital y ejemplar.
En Alemania los complejos hospitalarios disponen de apartamentos anejos para familiares de pacientes. Son muy cómodos porque evitan tener que desplazarse cada día. Se facilita así el acompañamiento. En uno de esos apartamentos se alojan durante casi un mes, por turnos, los hermanos de Pedro. Tanto de los gastos de desplazamiento como de los de esa vivienda y de la manutención en Aquisgrán se hace cargo Mutua Navarra, que después se encargará también de los trámites y del regreso en avión medicalizado a Pamplona, de su ingreso en un centro hospitalario concertado hasta el 8 de octubre, y de los viajes, estancia y manutención en Toledo de toda la familia hasta el alta en enero.
“Salvo el golpe, se lo ha encontrado todo de cara”, suelta Santiago con una pasmosa actitud positiva. Y añade: “Ni siquiera llovió ni hizo frío la noche que pasó tirado en el suelo. De otra manera, podía haber muerto congelado. Además, fue a parar a un hospital de primera, luego Toledo… Todo el mundo se ha portado con él de maravilla. La vida te ha dado una oportunidad, le he repetido muchas veces. No todo el mundo la tiene. Aprovéchala”. “No todo el mundo la tiene, no”, musita Pedro.
Como transportista, Pedro normalmente llevaba hierro a Europa. Perfiles, piezas de hasta 40.000 kilos. Era una ventaja porque podía dejar el camión tranquilamente, sin miedo a robos. Un remolque de ropa es otra cosa, confiesa. De vuelta, bajaba madera. Pero él se queda con Italia: “Es un país mediterráneo, te sientes como aquí. El idioma, la gente, la comida… Los tópicos sobre los países son ciertos”. ¿Y los tópicos sobre los camioneros? “No tanto como os creéis. Ahora, si tienes un mal día… Pero no es verdad que dos camiones se ponen en paralelo sólo para joder. No se hace por molestar, qué va. Hay que saber que uno puede ir a 88 kilómetros por hora y otro a 90, y que una cuesta mínima que para un coche no es nada para un camión es un mundo. Puedes decidir levantar el pie y que un coche pase, pero luego viene otro, y otro, y otro más…” El bueno de Pedro es de los que piensa que se sabe más de un lugar por el viaje que por los muchos libros que uno lea. Que viajar cultiva la paciencia y abre la cabeza.
“Vivimos como si no nos fuera a tocar nunca algo como esto. Yo me he dado cuenta de hay que confiar en los que saben y poner todo lo que está en tu mano. Solo tengo agradecimiento”
Él se la abre literalmente en Aquisgrán. Y allí, postrado, entubado, muerto de calor y “drogado todo el tiempo”, sufre horribles pesadillas y pasa mucho miedo que le cuesta transmitir. “No sé lo que nos daban. De todo, imagino. El caso es que yo estaba empeñado en que hacíamos películas, y que bajábamos todas las noches a París con los actores de una de ellas. Pensaba que si volvíamos temprano nadie nos diría nada. Luego, una vez aquí, creía que iban a venir a matarme por algo que habíamos hecho en París, y me agarraba a mi hermana para que no me dejaran solo. La verdad es que no distinguía cuándo estaba despierto y cuándo desvariaba. Eso y el reloj de la habitación, que me traía por la calle de la amargura. Adelante, atrás: no entendía nada. Estaba convencido de que los alemanes lo movían a su antojo y que manejaban el tiempo por alguna razón. Ah, y el calor. No he pasado tanto calor en mi vida. El infierno tiene que ser algo parecido a aquello”.
Santiago reconoce que en ese primer momento, tras la operación, no son conscientes del alcance de la lesión ni de sus consecuencias. En ese momento, tampoco ha habido tiempo para asumir todo lo que ha pasado. Eso sucederá más tarde, ya en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Los informes indican que están rotas la segunda y la tercera vértebras. Ningún médico en Alemania da pistas, dicen que la recuperación es cosa de España. “Cuanto más arriba es la lesión medular, más posibilidades de paraplejia o tetraplejia existen. Y esto era muy arriba. Tan arriba y no precisar de ventilación metálica es poco frecuente, nos libramos pocos, así que he tenido mucha suerte”, subraya Pedro.
Suerte, por supuesto, pero no solo suerte. También, esfuerzo, constancia, ganas de salir adelante por mucho que el panorama pinte fatal. ¡Lo que pasa es que a Pedro hay que arrancarle cada palabra! Menos mal que está su hermano Santiago… “El primer día, todavía en Alemania, me pareció que movía el dedo gordo. Pensé que era un reflejo y no le di importancia. Luego, a los dos o tres días, un neurólogo nos dijo que era posible que algo de movimiento recuperara. Que no se podía asegurar, pero bueno. Y va y me lo encuentro dale que te pego tratando de mover el dedo, enviando órdenes desde su cerebro para hacer que se moviera. ¿Pero lo haces voluntariamente?, le pregunto incrédulo. Claro, me contesta con total naturalidad. Así es Pedro”.
En este punto, Santiago insiste a Pedro para que cuente algo que cree importante porque ejemplifica bien la actitud con la que su hermano ha afrontado todo el proceso. “Cuéntales, cuéntales lo de la silla eléctrica”, le anima. Y, entonces sí, Pedro da valor a una de las grandes lecciones que ha obtenido de su penúltimo viaje: “Al llegar a Toledo apenas era capaz de sostenerme en pie yo solo unos segundos. Con un soplido me tumbaba cualquiera. Los compañeros de habitación me decían que pidiera una silla de ruedas eléctrica. Aquello me sonaba a los Picapiedra. Lo fácil era coger la silla y poder desplazarme sin esfuerzo, pero me di cuenta de que aquello iba a ser mi muerte. Aunque todo era lentísimo, yo sí veía algunos avances y me agarraba a ellos. Eso siempre anima porque si no hay avances, la verdad, no hay nada que hacer. Así que me negué a hacerles caso y decidí seguir mi camino sin silla ni gaitas. Nos levantaban de la siesta y, en lugar de sentarme con todos a rajar y a arreglar el mundo, me iba a dar unas vueltas al aparcamiento. Y, si no, a las rampas, a seguir caminando. O paseando del hospital al apartamento donde estaba mi familia, con la bolsa de orina sujeta en una pierna porque ni al servicio podía ir. Después, me apunté a pintura para ir soltando los dedos. No me importaba pasarme una hora tratando de atarme los botones de la camisa o de vestirme. Daba igual el tiempo que estuviera intentándolo. Valía la pena. En Navidad me cuidé mucho para no coger kilos. ¡No sabes qué tráfico de pizzas hay en ese hospital! También, hice caso a los médicos, que me decían que si podía pasar sin medicación para el dolor era mejor para avanzar en la recuperación. Me colocaban unas férulas en las manos por la noche y veía las estrellas después, cuando me las quitaban. Pero ni por esas. Luego, ya con el alta, hasta hoy, lo mismo: hago ejercicio diario, voy al gimnasio todos los días menos el domingo. Ya consigo levantar pesas de cinco kilos. No es calidad de vida 5G, pero vivo perfectamente con una calidad 3G”.
“Soy un privilegiado. Me lo decía una fisio en el Hospital de Parapléjicos de Toledo: mira lo que hay aquí, tú sólo tienes una mota en el ojo. Y tenía razón”.
En enero de 2019 Pedro fue dado de alta en Toledo y trasladado a su domicilio en Logroño para continuar recibiendo tratamiento ambulatorio. Desde el 4 de febrero, un vehículo de Mutua Navarra le ha recogido puntualmente cada mañana, de lunes a viernes, para poder seguir su rehabilitación en las instalaciones de Landaben. TRX, elíptica o pesas con el fisioterapeuta Javier Aguinaga para recuperar la máxima movilidad posible y potencia física. Una vez por semana, además, ha asistido a una sesión de logopedia en Adacen. En junio, una vez conseguidos los objetivos propuestos, el tratamiento finalizó con una evaluación en el tribunal médico, que le concedió la incapacidad absoluta.
Santiago confiesa que muchas veces tiene que frotarse los ojos para creerse cómo está su hermano. “Es que en Toledo recibí el mayor mazazo de todo este tiempo, mayor incluso que el primer día que le vimos en Alemania. Estábamos tomando un café. Mi hermano pequeño y yo con Pedro. Teníamos que echarle el azúcar y revolver con la cucharilla porque él no movía los brazos. Le lavábamos los dientes, todo. Y en éstas, me dice Pedro: “Si pudiera elegir, preferiría que me cortaran las piernas. Sin brazos no puedes hacer nada, eres hombre muerto”. Yo pensé para mí: ¡pero si lo que te pasa a ti es justo al revés, alma cándida! Ya nos lo habían advertido en Alemania: las piernas nunca volverían a ser las de antes. Pues de los brazos mejor ni pregunto, me dije entonces. No imaginas el mazazo que fue aquello. Lo dejé un 20 de octubre prácticamente tumbado y yo hundido. Tres semanas después, cuando volví, me lo encuentro de pie, sin silla ni nada”.
Ha pasado algo más de un año desde que la vida de Pedro dio un vuelco. “Estos se pensaban que de Alemania iba a volver en una caja de aluminio como poco… ¿Conclusiones? Supongo que las que saca todo el mundo. Tres meses tumbado mirando al techo sin moverte, aprisionado con un collarín y un corsé, dan para pensar muuuucho. El balance es positivo. Te das cuenta de que vivimos como si nos nos fuera a tocar nunca algo como esto. También, te das cuenta de hay que confiar en los que saben y poner todo lo que está en tu mano por mejorar y salir adelante. Y valorar el hecho de tener una familia como la mía detrás, que hace la diferencia, porque hay quien se come esto solo. Fíjate mis padres, ¡a pesar de su edad, han estado continuamente a mi lado! También he ganado algo más: ahora como y ceno en casa como es debido. Pero un día de estos voy a coger el coche y una manta, y me iré a dormir a Las Norias (las piscinas de Logroño) para matar el gusanillo porque echo de menos la cabina. Y volveremos a Aquisgrán y a Toledo a dar las gracias a tanta gente por tanto”.
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