Juncal Pradales comenzó a alimentar el gusanillo desde niña, en la farmacia que regentaba su padre, observando la confusión de los clientes, que no entendían lo que les decía el médico, y gracias también a los conocimientos que le impartía su padre. Todo eso creó el poso —o sirimiri, como ella lo llama— que le hizo querer ser médica en el momento de elegir entre Ciencias o Letras en Bachiller. En la carrera su gran sueño era ir a trabajar como voluntaria a algún país extranjero. En 2010 vio el momento adecuado para cumplirlo en Bolivia. Y se llevó a su hija de 17 años. Esta médica de Mutua Navarra, que se confiesa adicta a su profesión, aprendió a ser humilde, a bajar para subir hasta el nivel de los nativos, y a agradecer por que se le dejara estar allí.
Al terminar la carrera y comenzar a ejercer como médica. ¿Te gusta? ¿Te decepciona?
Te alimenta, ¡es una adicción tremenda! Incluso durante los primeros años, que es cuando coges el rodaje, ves que es algo que no puedes dejar. A mí la vida me ha resultado mucho más fácil desde que empecé a ejercer la profesión.
Trabajas con enfermedades, con pacientes que sufren. ¿Cómo hace uno para no dejarse invadir por la negatividad?
Hay que adaptarse a la realidad. Una de las cosas más difíciles es buscar el equilibrio entre la profesionalidad y no ser compasivo. Saber regular eso para no equivocarte. Nunca uno debe perder de vista que es profesional. El paciente está esperando algo de ti como profesional, no simplemente un hombro donde recostarse. Es empatía, no compasión.
¿A qué mecanismos recurres para seguir animada, para recuperar tu energía cuando te sientes vacía?
Por mi forma de ser, intento ver siempre lo positivo. Esto no quiere decir que todo lo vea positivo, porque si no sería muy simplona. Sobre todo, intento entender que la vida es así. Intento decirme: me toca ahora el socavón, vamos a sobrevivir al socavón. En esos momentos, intento alimentarme de lo que puedo y pienso que ya vendrán tiempos mejores. Lo razono, dentro de lo que se puede razonar. Dejo pasar la tempestad y voy eliminando poco a poco. Y al final, sales.
¿Cómo convences a un paciente para que lo intente, cómo infundes optimismo a un paciente derrotado? ¿La cabeza juega un papel decisivo en la rehabilitación?
Tú te tienes que poner junto a él. En el lugar de él, entre comillas, porque tú eres profesional y si no podemos acabar los dos hundidos. Hay que buscar el equilibrio. Pero también es importante reconocer que hay fases. Nosotros, el personal médico, tenemos que manejar los tiempos. Lo normal es que cualquiera, en un momento dado, tenga una actitud derrotista. La cuestión es cómo acotas esa fase, porque todo el mundo no puede estar feliz a todas horas. Hay malas noticias, cosas que van mal en la vida; no aceptar eso no conduce a nada. La clave no es ver cómo le doy la vuelta a la tortilla a eso sino valorar hasta dónde es normal y cómo vamos revertiendo poco a poco. Ése es el concepto.
En 2010 prestaste asistencia sanitaria en Bolivia, en un hospital de niños desnutridos, pero lo hiciste… ¡acompañada de tu hija!
Yo toda mi vida había querido ir. Cuando terminé la carrera era uno de mis objetivos, pero tienes que buscar el momento y justo al terminar la carrera no era el momento adecuado. Pero siempre estaba ahí. Pues ya llegará, un día llegará, te dices. En 2010 empezó el año y a los tres meses decidí que era el momento de cumplir algo que llevaba tiempo deseando: irme a algún país de voluntaria para ofrecer mi ayuda como médica. Fue un momento culminante porque, aparte de realizar esa experiencia, también incluí a mi hija, con lo cual ya no era una experiencia propia, mía, egoísta, sino una oportunidad de involucrar a mi familia en un proyecto bueno.
¿Cómo es una experiencia así? ¿Cómo la cuentas?
Es ir a un mundo con otra escala de valores, con otro sistema de vida, muy de necesidades primarias que ni siquiera se cubren. Es la desnutrición, pero no es simplemente que no comen o que muestren un cierto grado de desnutrición. Son desnutriciones bestiales en niños muy pequeñitos, que en muchos casos ni andan. Un cuadro de desnutrición así conlleva alteraciones neurológicas, infecciones, parasitosis, enfermedades concomitantes que salen… Trabajar con ellos es una delicia porque tienen una recepción de estímulos maravillosa. El que ha nacido con una problemática no lo vive como una pérdida y todo lo que sea mejorar sus aspiraciones supone una acogida estupenda. Pero, además, no es el concepto de hospital y de familia como los conocemos aquí. Son niños que están solos. Y no hay un régimen de visitas. A veces los padres los llevan al hospital, pero hasta que no llega la fase final no suelen aparecer.
Es decir, ¡viven totalmente desamparados!
No, al revés, es que no se vive así, como desamparados. Están en el hospital precisamente para sacarles adelante. Además, tienen un nutricionista y un médico especialista, todo lo tienen muy bien organizado porque quienes gestionan esto están muy bien preparados, viven allá y están muy pendientes. Se tienen tales ganas de hacer cosas, que la cosa no decae.
¿Cómo se enseñas a alimentar bien a tus hijos cuando no hay qué llevarse a la boca?
A ver, tú tienes cinco euros, por ejemplo. Puedes hacer dos cosas: comprarte caramelos o comprar plátanos. Entonces les enseñas cómo, con los recursos que tienen, en qué consiste darle al niño una buena alimentación. Luego cada uno le dará lo que pueda, pero al menos le enseñas cómo gestionar los recursos de que disponen.
Impartíais talleres para madres sobre la educación emocional del niño…
¡Eso fue genial! El problema es que nosotros vamos por la vida de salvadores: “Te vamos a ayudar, yo te voy a dar…” Pero lo primero que tienes que pensar es que ellos te van a dar más y que tú tienes que adaptarte a ellos. A raíz de conversaciones surgidas cuando comíamos juntos, me propusieron dar unas charlas a las madres que trabajan en el hospital. Y entonces piensas que es muy bonito: “Yo voy, les imparto unas charlas, les aporto mi sabiduría, y ellas que asimilen, que interactúen”. ¡Pero es que ése no es el taller! Son culturas totalmente distintas y yo soy una privilegiada que vive al otro lado del mundo. En nuestro entorno hay mucha gente que ha tenido que emigrar a tu país para sacarse las castañas. Entonces empiezas a situarte: en qué concepto estás tú, cómo te ven…
¿Te ven como enemiga, como un elemento hostil…? ¿Cómo te ven?
No soy enemiga, pero no soy de allá, ni siquiera me ven. Eres distinto. Ellos saben que, cuando vienen aquí, muchos han venido a sobrevivir y por tanto están en condiciones inferiores. Cuando tú vas allá, aceptan la ayuda, pero somos personas totalmente desconocidas para ellos. Te aceptan y son amables, pero no confían en ti. Piensan que no les vas a comprender. Es algo inherente. Sin embargo, en su medio, en su territorio, ellos me dan cien mil vueltas y en esa situación están por encima de mí, así que yo tenía que hacer por adaptarme y subir a su nivel. En el momento en que cada cual tiene claros sus papeles, ya todo es estupendo.
¿Cómo lo vivió tu hija?
Fue muy enriquecedor. Allá no éramos madre e hija. Nos acostumbramos a trabajar viendo cómo cada una éramos responsables y teníamos capacidad para hacer cosas buenas, y no nos preocupábamos tanto de vigilar, por mi parte, y del ‘mi madre dice’, por la suya. Cada una respetaba y valoraba lo que hacía la otra. El asunto madre e hija quedó en un saco.
¿Qué grandes lecciones de vida aprendiste o te llevaste?
Aprendí a convivir con mi hija en otro entorno. Aprendí que, cuando vas a un sitio, esa persona sabe más que tú y tú te tienes que adaptar. Aprendí a dar las gracias por darte la oportunidad de echar una mano. Sales con esa sensación. En vez de yo voy a dar, gracias por dejarme estar aquí.
Tras aquella experiencia, retomas tu día a día en Mutua Navarra. ¿Se siente uno más médica allá, en mitad de cuadros agudos de desnutrición, que aquí?
Decididamente, no. Eres médica, eres médica. Ves pacientes, ves pacientes. Tu objetivo como médica está por encima de dónde trabajes.
¿Ha cambiado en algo el modo en que valoras la vida?
No la vida, pero sí disfrutas y eres capaz de ver en ese minuto muchísimo más. No es sólo grabar en la memoria de forma automática, sino que es como hacer una inmersión. Un minuto son muchos más minutos, le sacas mucho más provecho al color, a la imagen, al sentimiento que te produce. Eres capaz de interiorizar mucho más ese minuto.
Pero, ¿eso te puede pasar aquí también? ¿Lo puedes exprimir en tu día a día o, para entendernos, hay que irse al Congo para que te pase?
¡No! Eso es algo que tienes que exprimir en tu día a día, algo que tú vayas practicando como gimnasia. Lo que pasa es que, cuando tienes un escenario rico, multiplicas el potencial. Pero eso, o lo haces en tu día a día o estás perdido. Por supuesto, todo el mundo tiene bajones y dices “esto es temporal, se pasará, ya se resolverá”, o quizá no se resuelva, pero necesitas un período de masticación. Y luego vendrán épocas buenísimas. No todo es happy-happy en la vida, pero es una cuestión de actitud, está clarísimo.
Feli Villacampa
Además de muy buena profesional, como persona, tiene unos valores extraordinarios. Y siempre sonriente!!
Javier Armijo
Me llevo dos conclusiones para casa. La necesidad de empatía por delante de la compasión a la hora de tratar enfermos, y ver que en países en desarrollo no hacen las cosas peor sino distintas y muchas veces mejor incluso de acuerdo a sus necesidades. Impresionante la entrevista de la Dra Pradales.