Isabel Maztegui trabajó durante 14 años como enfermera en una de las tres ambulancias medicalizadas que posee Pamplona y, pese a los momentos duros, puede decirse que adoraba su profesión.
En abril del año pasado sufrió un accidente en el que se fracturó los dos pies, quedando inválida durante mes y medio. En ese tiempo aprendió, entre otras cosas, a empatizar con los ancianos. «Creo que verme así les levantaba la moral en el barrio», señala Isabel de buen humor.
¿Qué te pasó?
Eran las 12 de la noche, un 6 de abril del año pasado. Yo estaba de guardia y recibimos un aviso que nos alertaba sobre una persona inconsciente que sangraba de la cabeza. Llegamos al barrio de Azpilagaña y nos colocamos en paralelo a una hilera de coches aparcados en batería. Yo fui la primera en bajar y no vi un pequeño escalón que había allí. Apoyé mal el primer pie y me caí de espaldas. Entonces noté cómo me fracturaba el hueso del pie derecho, ¡lo que no pensé es que me había roto el izquierdo tambimén! La médico y un residente de medicina que había venido con nosotros ese día se ocuparon de la persona que estaba inconsciente y llamaron a otra ambulancia. Yo me quedé con Javi, el conductor, y un señor mayor que pasaba por allí. Entre los dos lograron subirme a la camilla.
¿Qué pensaste en ese momento?
En mis padres. Eso me dijeron después mis compañeros. “¡Ay, mis padres!, ¡ay, mis padres!, debía de decir. Son mayores, tienen 83 años ya, y soy hija única. No es que dependan de mí, pero me gusta acompañarlos cuando tienen alguna consulta, etc. Además, fue curioso porque el día anterior yo había estado con mi padre en Urgencias hasta las tres de la mañana. Y cuando me pasó aquello no quise decírselo para que no se preocuparan. Pero claro, habiendo estado con él en Urgencias el día anterior la llamada era obligada. Pero no les dije nada hasta unos días después, y por miedo a que se enteraran por otros, porque viven en un pueblo.
Acostumbrada a ser tú quien ayuda, ¿fue difícil verse en el otro lado?
Sí. Cuando estás atendiendo estas muy centrada en tu trabajo, en lo que tienes que hacer… Estás a lo tuyo. En cambio, cuando estás en el otro lado te sientes indefensa. Tienes que confiar en lo que vayan a hacer contigo, con la salvedad de que yo sabía de qué iba la cosa. En ese sentido eres más desconfiado, la percepción es diferente. Cuando me vi en la grúa empaticé mucho con los ancianos, porque suelen quejarse de que les duele. Estás colgada, ¡y realmente hace daño!
¿Cuánto tiempo estuviste en el hospital?
Un par de días en total. En cuanto llegué me hicieron varias radiografías y ahí ya vi que me había roto los dos pies. En el derecho me hice una fractura trimaleolar y en el izquierdo un arrancamiento de peroné, una especie de esguince a lo bestia. Me ingresaron. Al día siguiente me operaron. Me colocaron una placa y siete tornillos en el pie derecho, mientras que el pie izquierdo quedó inmovilizado. Tengo ganas de que me quiten la placa, porque cuando me rozo en la zona me molesta.
¿Cómo se apaña uno con los dos pies rotos?
Cuando me operaron me quedé inmovilizada de los dos pies durante mes y medio. Recuerdo que llegué a casa y pensé: ¿Ahora cómo nos apañamos? (risas). Tuve la suerte de que Amaya, la trabajadora social de Mutua Navarra, se había preocupado de que todas las cosas que iba a necesitar estuvieran ya en casa: la silla de ruedas, la grúa, etc. Para mí fue muy importante que se gestionara todo desde el principio. Después nosotros tuvimos que quitar el mueble con el lavabo y dejar sólo la bañera y la taza. Otro problema que tuve fue que en casa sola no me podía quedar, porque allí donde me dejaban, allí que me quedaba. Pero mi marido no se lo pensó dos veces y pidió 15 días de vacaciones y un mes de permiso sin sueldo. Ha sido un gran apoyo para mí; me dio mucha tranquilidad.
¿Y qué tal fue la rehabilitación?
Me ha tocado hacer de todo, ¡a mí que no me gustan los gimnasios! (risas) Al principió hacía ejercicios en la camilla tumbada para intentar recuperar la musculatura. Después pasé a la bicicleta estática, la cinta antigravitatoria, los baños de contrastes… También hice rehabilitación en la piscina. Ahí tienes más movilidad y duele menos. Y ejercicios en el suelo para aprender a andar de nuevo, ¡me parecía increíble aquello! Colocaban una línea en el suelo y me animaban: “Talón, punta, talón, punta…”, apoyada en una especie de bastón. Parecía una peregrina del Camino de Santiago. Pierdes el control de tu cuerpo, la propiocepción, la musculatura… no te das cuenta de que vas inclinada.
Como consecuencia del accidente no pudiste volver a tu puesto anterior…
No, porque mi trabajo en la ambulancia medicalizada era muy físico y te exigía estar bien al 100%. Me da pena porque mi trabajo me encantaba, pero a todo le sacas el lado positivo. Ahora ocupo un nuevo puesto que, además, es una figura bastante reciente. Es lo que se conoce como enfermera de consejo. Mi tarea consiste sobre todo en atender dudas sanitarias sobre dosis de medicación, consultas, y hacer un poco de seguimiento a pacientes crónicos y pluripatológicos. Tengo mucha ilusión por aprender cosas nuevas. Además, con la edad ya había empezado a plantearme el cambio de puesto, aunque nunca pensé que saldría así.
¿Hubo momentos duros?
Más que momentos duros, hubo molestias. Tenía que dormir con los pies sobre una almohada para que no se me escararan los talones, y aquello me costaba porque no es mi posición habitual; ahuecar las sábanas, etc. Pero a nivel psíquico no, quizá porque en mi trabajo he vivido situaciones verdaderamente dramáticas y sabía que este no era el caso. Lo mío era cuestión de paciencia y tiempo; de pelear por alcanzar el 99,99% de la recuperación total. Además, aprendí a darle la vuelta a las cosas. Hacía la cama utilizando una silla del ordenador para moverme de un lado a otro. Me llevaba 20 minutos, ¡pero lo hacía!.
¿Con qué tres cosas te quedas de toda esta historia?
La fragilidad, cómo nos cambia la vida de un día para otro, y la fuerza de superación que tenemos todos. La autocompasión no es buena… En rehabilitación había algunas personas que, fuera por carácter o por sus dolencias, transmitían mucha negatividad. Hay que neutralizar a esas personas porque no ayudan al grupo. También he comprobado lo importante que es tener buenos apoyos familiares, y he tenido que aprender a dejarme ayudar. Soy madre de tres hijos, y he trabajado dentro y fuera de casa. Ese garbo hay que dejarlo a un lado en una situación así, y tiene su aquel el tema. Vivir una situación así te ayuda a darte cuenta de quién está ahí y quién no. Mi marido ha sido un gran apoyo para mí, pero he visto también cómo otra gente se ha volcado conmigo: ¡hasta alguna vecina se ha ofrecido a subir a mi casa para cocinar!
¿Qué será lo próximo que hagas?
Me encanta bailar y también hago gimnasia de mantenimiento. Cuando me ocurrió el accidente yo solía ir a bailar salsa, tenía muchas ganas de probar el swing… Con el baile, además de hacer deporte, echas unas risas. Tengo muchas ganas de volver porque me lo pasó muy bien, ¡y seguro que es de ayuda en la rehabilitación de mis pies!
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