Cuando sufrió el ictus, Javier Rodríguez tenía 39 años y creía haber alcanzado su madurez personal. Casado, con dos hijos, alma de motero y fan del estilo heavy, sentía que tenía su vida encarrilada. Una noche, tras hacer horas extraordinarias en la fábrica, llegó a casa a las dos de la mañana.
