En 2007 Jasone García trabajaba como administrativo en el departamento de relaciones con mutualistas de Mutua Navarra, a la que aún llama su ‘familia’. En 2007 Cruz Roja, con la que colaboraba desde los 16 años, le ofreció viajar a República Dominicana, sacudida por un huracán. Pidió una excedencia de tres meses. Haber preparado la jubilación de media docena de trabajadores ese año le había hecho cuestionarse cosas, pero no planeó un cambio radical ni sospechó que ese viaje se convertiría en su nuevo ‘modus vivendi’.
Cruz Roja le propuso ser la Delegada País en Haití justo antes del terremoto. Allí aprendió a restar importancia a perder lo material y a valorar la sonrisa de sobrevivir; allí conoció también al que hoy es su marido, el delegado de la Cruz Roja alemana, con el que tiene dos hijos. Posteriormente, se trasladó con su familia a Líbano, contratada por la Cruz Roja alemana. En Líbano ha vivido la crisis siria cuando nadie se hacía eco del conflicto y se ha contagiado de su valor sagrado de la familia. Jasone coordina las labores logísticas, de administración y finanzas, y asegura que su vida es rutina pese a que maneja millones de euros y su radio de acción abarca ya Marruecos, Yemen, Egipto, Palestina, Irak, Turquía, Siria, Líbano y Jordania. Lo que ella denomina en clave de humor el ‘marrón way’.
Tu experiencia en Haití es como una película. Desastres naturales, acción, romanticismo…
Fui a Haití como Delegada País de la Cruz Roja Española. Y se supone que iba a ser solamente la financiera. Pero a las dos semanas de estar allí mi compañera, que estaba embarazada, se fue y una semana más tarde me vi inmersa en una de las mayores emergencias del país: cinco huracanes seguidos en una misma semana. En todos los países hay una Cruz Roja local y la Cruz Roja española apoyó a la Cruz Roja haitiana. Cuando hay una emergencia, las asociaciones nacionales se suelen volcar. En el caso de este huracán llegó la Cruz Roja alemana, y con la Cruz Roja alemana su delegado, del que me enamoré. Como vengo a Pamplona en Navidades y en Sanfermines debía organizar todo en aquellos días de Navidad. Me compré el megavestido, preparé la boda, cuando estábamos en el avión de vuelta a Haití se produjo el terremoto. Fue muy duro preparar tu boda en medio del mayor desastre, la mayor emergencia que podía haber. Mi madre decía: ‘Pero, ¿cómo vas a organizar una boda?” Pero luego la disfruté. Me casé en julio, en mitad de los Sanfermines, y estuvo muy bien, aunque a la vez fue muy duro. En Haití lo perdimos todo. ¡No teníamos nada para ayudarles! Llegué con lo puesto. Todo se quedó en la casa que se derrumbó. No pudimos entrar. Pero para mí fue muy fácil volver a empezar.
Podía haberte pasado algo…
En todos los países, por muy exóticos que sean, tienes las mismas rutinas. Yo creo que por la rutina que tenía en Haití no me habría pasado nada. Podía haber estado en la oficina y de alguna manera habría podido salir, porque no se derrumbó y nuestro apartamento lo hizo a los dos días. Puede ser que desplazándome con el coche por algún sitio me hubiese pasado, pero me tocó estar en Pamplona y, bueno, no era mi momento.
Y de Haití, ¿a dónde fuiste?
Al Líbano. En los 6 meses que estuve viviendo en Haití viví la explosión del cólera. En Haití no había cólera, alguien la llevó, y eso fue una desgracia sobre otra desgracia. Cólera, malaria, dengue… Al tener mi primer hijo, salió mi instinto protector, decidí estar en destino más urbano, un país en que no hubiera mosquitos asesinos, porque los bebés con estas enfermedades mueren. ¡Por favor, yo quiero que mi hijo sólo tenga sarampión!” Surgió la posibilidad de ir a Oriente Medio, justo cuando empezaba la revolución de la primavera árabe. La evolución de la guerra nos pilló ya allí. La guerra en Siria había comenzado, pero eran las primeras revueltas, no era lo que es hoy y ha sido durante estos tres últimos años.
¿Cómo es tu vida diaria allí, cómo se vive? ¿Te sientes en riesgo, pasas penurias, te cuesta conseguir alimentos…?
¡Mi vida allí es puritita rutina! En Beirut no tengo ningún problema en encontrar yogures Activia en el supermercado. Pimiento Rosaura, chorizo Pamplonica, jamón Casademón, vino de Campanas… ¡Todo eso está allí! En Beirut no se siente la guerra. No estoy debajo de las bombas. Hay suburbios, asentamientos urbanos —que no se han querido ver en el propio país— a los que yo no puedo entrar, pero porque si va a pasar algo va a pasar ahí, no porque yo sea objetivo. Y estoy segura de que si entrara no tendría ningún problema, pero tengo unas medidas de seguridad más estrictas de lo que corresponde a la realidad. Debo evitar esas zonas igual que la de las embajadas, porque no tenemos mucho que hacer allí como colaboradores y es normalmente donde se reivindican las cosas, donde se ponen las bombas. Líbano un país súper desarrollado, como lo era Siria, sólo que con sus desigualdades. Pero mi vida es de verdad rutina. Despertador, desayunos, mochila, guarderías, trabajo, del trabajo corriendo a ir a buscar a los críos…
Además de en Haití y en República Dominicana, también has estado en Nicaragua y en Venezuela. ¿En qué país te has sentido más a gusto?
No quiero establecer comparaciones, sencillamente son etapas distintas. Cada país tiene su encanto y me siento como en casa a cada uno al que voy. Pero la verdad Líbano es apasionante. En la mesa, a la hora de comer, estamos sentados cristianos, musulmanes, y dentro de los musulmanes chiítas, suníes… Yo lo pruebo todo. ¡Me encanta! Es una oportunidad estar allá, conocer todo aquello. Y ahora que voy conociendo más a los libaneses, te sorprendería cómo se parecen a los españoles. Roles familiares, cómo se vive la familia, las decisiones… Es un país árabe, pero tiene los mismos dichos que nosotros y la filosofía de vida es muy similar. El concepto de vida de sentarnos a comer, que no falte nada de comida y disfrutar de la sobremesa es muy similar al nuestro. En Líbano puedes estar horas y horas sentada en una mesa. ¿Qué hemos perdido nosotros que tienen ellos? El concepto de vida que tienen ellos de vivir al día porque no sabes qué va a pasar mañana. Antes éramos de vivir más el día, pero con la entrada del euro eso cambió. Nos europeizamos y perdimos nuestra esencia. Y eso que seguimos viviendo la calle, pero hemos perdido ese aquí y ahora. En Líbano no hay mañana. Haces una cena de oficina y se convierte en un ‘fiestón’.
Este modo de vida, ¿cambia la escala de valores?
Los valores son los que ya tenías, pero quizá lo que sí cambias es el orden. Cuando pierdes todo en Haití en un primer instante te dices ‘¡ay, mi música, mis fotos…” Pero la verdad es que no lo pensé ni cinco minutos porque tenía que hacer otras cosas. Yo esto lo resumo muy fácil. Viendo la crisis humanitaria de los refugiados… ¿Con qué está viaja toda esa gente? Con la familia, lo único que tienen. Ése es el concepto que debemos tener. No tener tanto apego. Si tuviese que salir en 24 horas, lo único que me llevaría serían los juguetes preferidos de mis hijos, es lo único que metería en una mochila. Eso y leche. Si nos pasase a los españoles lo que ha pasado en Siria, por ejemplo, aquí sería mucho más gordo porque estamos muy arraigados a muchas cosas, no estamos preparados.
Explica eso del apego a las cosas de los españoles. ¿En eso los sirios son diferentes?
Siria era un país hiperdesarrollado, el único país del mundo que no tenía deuda externa, con el mejor nivel universitario del mundo árabe y a nivel internacional muy bueno… Tenía sus cositas, cierto, no podías decir lo que pensabas en público. Ésa, que para nosotros es algo importantísimo, era la cosita más grave que tenían, pero tenían seguridad social, estaban erradicadas enfermedades que de vez en cuando aún despuntan en España… Lo de la guerra es horrible. Las bombas externas siguen cayendo. Los niños se siguen muriendo. Pero a la comunidad internacional no le interesa eso. Y nos hemos escandalizado con Aylan Kurdi. Y nos permitimos el hecho de juzgar que llevan teléfonos de última generación. ¡Esa gente era gente como nosotros! ¿No tienen siquiera derecho a estar comunicados? ¿Y dónde están la play, los maquillajes, la ropa, los tacones, las fotos? Todo eso que tenemos, que nos tiene súper atados, ¿dónde lo ha dejado esa gente? ¡Esas personas han huido de un país porque ya no tienen casa! Nunca vamos a ser felices en Europa ni en los países desarrollados si no cambiamos de forma de pensar.
¿Qué lección de vida has extraído de estas experiencias?
En Haití descubrí la sonrisa de sobrevivir. El terremoto me pilló en el aire y no sentí nada, me enteré cuando aterricé en Santo Domingo. La primera imagen que vi fue la del palacio presidencial. “Si esto está así, no quiero saber cómo estará lo demás”, pensé. Allí descubrí la sonrisa de superar la muerte. Llegué y los primeros cuatro días lo único que hice fue buscar a mi gente. No había comunicaciones. Recuerdo que estábamos en una explanada muy grande y conforme llegaba la gente se producía lo que yo llamo el abrazo de la vida. Primero, uf, no estás muerto. Segundo, puedes andar. Tercero, no tienes ninguna brecha y, cuarto, estás aquí, luego se supone que vienes a echar una mano, ¡así que no te pasa nada! Así, con cada una de las casi 50 personas de mi círculo. Tuvimos mucha suerte. Perdieron las casas como la perdí yo, pero no perdieron familiares ni vidas muy cercanas. En Beirut la muerte se vive de otra manera. La muerte por violencia es mucho más injusta que la de las catástrofes naturales, porque se puede evitar, por lo que el duelo es muy distinto, no tiene nada que ver. El dolor por la gente que ha muerto es muchísimo más íntimo, más familiar. Un día, antes del atentado que vivió, Beirut sufrió otro atentado en el que hubo 55 muertos. Hacía mucho tiempo que no había habido un atentado tan grande, y daba igual si se trataba de zona cristiana o musulmana, veías el sufrimiento en la cara de todo el mundo, hasta en el que vende flores… La ciudad frente a un atentado es una piña. Ahora, en el momento en que la ciudad pasa el duelo, vuelve a ser la Beirut de siempre, la gente se recupera y vuelve a salir. ¡Hay una marcha nocturna que podríais alucinar! Es también el resurgir. Muy distinto al de Haití, pero el resurgir. Por eso, viven como si no hubiera mañana y valoran la familia como nadie. De ellos, me quedo con eso: la importancia de la familia.
Si has tenido momentos de venirte abajo, ¿a qué has recurrido para sobreponerte?
Con mi madre hablo hora y media cada día.
¡Entonces no te puedes venir abajo!
Bueno, yo sigo muy ligada a Pamplona y quiero que mis hijos pertenezcan a ella. No hay que perder de dónde vienes. ¡Y de donde yo vengo es maravilloso! Así que hay que volver. No sé cuándo. A mí me gustaría que viviesen todo lo que he vivido yo: las cuadrillas, los Sanfermines…. De modo que estoy allá, pero sigo aquí, y creo que eso es lo que me mantiene con los pies en la tierra, pues si no al final perdería un poco el norte. ¡Tampoco me he vuelto una hippie ni vengo con la henna ni tapada! Creo que lo importante es no perder la esencia de donde vienes, compartir el sufrimiento de la gente en la medida en que convives con ellos. Por ejemplo, el atentado de Beirut fue un revulsivo para mis compañeros locales y en cierto modo pasas el luto con ellos. Te afecta no por la repercusión que pueda tener para ti sino por ver gente muriendo una vez más de la forma más injusta. La penúltima bomba estalló muy cerca de donde vivimos. A los días todavía veías a gente con parches por la caída de cristales. Este podía haber sido yo, pensé muchas veces. Pero al final no te preocupas mucho de eso, te preocupas de la gente que lo necesita realmente porque al final yo puedo ir a un médico, tengo un seguro médico que me pagan y, si la cosa se complica mucho, me van a sacar del país. Esa gente, en cambio, no tiene elección. Por tanto, si elijo quedarme ahí, no puedo venirme abajo. Y en Haití, ¡cómo no vas a resurgir! ¡Allí pasaba una cosa y a los cinco minutos ya había pasado algo más gordo! Antes del terremoto, colapsó un colegio con 700 niños dentro. Cuando estábamos ayudando, una de las grúas que venía perdió los frenos y mató a 25 personas más. Luego llegó el terremoto. Y después del terremoto, el cólera. Venían personas de las montañas diciendo: hemos salido ocho de familia y yo he llegado sola. ¿Y los otros?, preguntabas. Se han muerto por el camino, te contestaban. Era horrible pero, como hay tanto para ayudar, no puedes pararte a pensar en lo que ha pasado.
Me parece que acabas de responder a mi pregunta: ayudar es lo que empuja.
Creo que ése es el motor que te mueve: siempre hay algo que hacer, de modo que no miras a ver qué has dejado atrás. Aquello es otra vida y sí, los valores siguen ahí, pero cambian de orden. Ahí ves lo que de verdad cuenta. La maleta de la vida es el quid de la cuestión.
MIkel Bacaicoa
Jasone, alegría, honestidad y determinación. Que grata sorpresa saber de ti y de la evolución infinita de tu valía como ser humano!!