Javier Sáenz trabajaba como peón de saneamiento realizando labores de limpieza del alcantarillado. Al mediodía del 17 de septiembre de 2014, después de almorzar, reanudó su trabajo.
Estaba en Zolina, limpiando los colectores que vienen del vertedero de Góngora, un sitio especialmente complicado, tanto que el encargado acudió al lugar para examinarlo. Javier y su compañero trataban de embocar en la tubería una ‘alcachofa’, como llaman a la pesada bola de hierro que colocan al final de la manguera y que, impulsada por la bomba del camión, suelta el agua a una presión que corta, arrastrando así la suciedad del alcantarillado.
La alcachofa debió de atascarse. Javier y su compañero decidieron usar las agujas, unas barras de unos dos metros, para solucionar el problema y evitar tener que meterse en el colector, pero inesperadamente la bola salió volando hacia arriba como un cohete, golpeando e hiriendo a Javier en el pecho, y seccionándole la garganta.
Pese a la gravedad de la herida, no perdiste la consciencia.
Para nada. Mi intención era estar consciente. ¿Sabes eso que dicen de que en ciertas ocasiones no sabe uno de dónde saca las fuerzas? Pues eso debió de pasarme a mí, porque no quería dormirme y aguanté hasta que ya en el quirófano vi que todo estaba controlado. Cuando me dio la bola, noté que empecé a no respirar como tenía que respirar, y vi que la sangre me salía a borbotones. Con los guantes de trabajo llenos de barro, por lo visto me ensucié más la herida. Los compañeros empezaron a asustarse. “¡Tranquilo, Javier, que no te has hecho nada, que no es grave!”, decían. Nada más verme, el compañero paró la máquina y lo oí llamar al 112: que trajeran un helicóptero, que me desangraba. En la UCI me desperté y empecé a ver el alcance de lo que tenía, pero me acordaba de todo. Tuve mucha suerte. Menos el accidente, todo salió bien.
¿A qué te refieres cuando dices “todo salió bien”?
A que, de no haber sucedido como ocurrió, si algo mínimo se hubiera desarrollado de modo diferente, no estaría aquí contándolo. Los chorros de agua me seccionaron la garganta y por esos cortes podía respirar. De lo contrario, me hubiera asfixiado porque un golpe tan fuerte como ése te inflama la garganta y te bloqueas. Además, al estar el encargado, disponíamos de su camioneta, que nos vino muy bien, ya que el accidente sucedió en pleno campo. De otra forma, hubiéramos tenido que salir a la carretera con el camión, con los baches y la pérdida de tiempo consiguiente en un momento en que yo ya estaba medio desmayado, sin fuerzas. Hubiera sido un caos. Mis compañeros supieron reaccionar muy bien, permanecieron tranquilos. Me hablaban y me ayudaban a mantenerme erguido, porque aunque yo no podía hablar di a entender que en esa postura estaba mejor. Me entraba el aire y podía respirar. La ambulancia vino rápido y me mantuvo muy bien, igual que el primer médico que me atendió. Cuando llegué al hospital, me metieron corriendo para adentro y, como en las películas, recuerdo las luces del techo desfilando a toda velocidad mientras iba tumbado en la camilla.
Imagino que el recorrido hasta el hospital se te habría hecho eterno…
Mientras iba en la ambulancia sentía que no llegaba. Se me caían los ojos, así que los cerraba, pero los abría rápidamente porque no quería quedarme dormido, y así todo el rato. Intentaba ver por las ventanillas para ver si reconocía el sitio, si llegábamos. En la UCI, si me dormía me sucedía igual, me despertaba en seguida, no quería dormirme. Además, al principio tenía unos sueños extraños, muy oscuros.
¿Qué soñabas?
Era como estar en una habitación que se hubiera quemado. Calcinada, enteramente negra y fea. Y se movían las cosas. Veía ratones, cucarachas, lagartos… arrastrándose por debajo de las cosas. Aparecían, desaparecían y volvían a aparecer. Me dormía, me despertaba sobresaltado y no sabía, ni sé hoy, si esas ensoñaciones tan raras eran pensamientos que me asaltaban estando despierto o pesadillas que sufría dormido. A medida que pasaron los días, los sueños se fueron aclarando. Las paredes se fueron haciendo blancas, pero los objetos seguían siendo negros y con detalles dorados.
¿Cuántos días pasaste en la UCI?
Cuatro. En mi última noche allí, sentí que me daban por muerto. Si antes tenía miedo y nunca me ha gustado mirar las esquelas en los diarios, allá estaba siempre soñando con mi esquela. Y decía, lo veo bien: “Murió a los 53 años…” Ahí me despertaba, veía dónde estaba, me calmaba y seguía intentando permanecer despierto, pero me dormía. Y, entre sueño y sueño, pensaba: “Cómo me voy a morir si tengo una mujer, dos chavales, el trabajo… ¡Que no, que no!” Por eso, siempre intentaba estar despierto. Empecé a sentir que los médicos estaban todo el rato en torno a mí. Mi sensación era que me habían metido sangre o alguna medicina. Noté que me hinchaba. No podía mover las piernas y las manos tampoco. Me sentía como el Miel Otxin de las fiestas de Lantz, al que rellenan de paja. Los médicos debían de pensar: “Si sales de este rato, vives y, si no, aquí te quedas”. Y yo vuelta otra a vez a pensar en los amigos, la familia.. y ¡pum! la esquela. La esquela me reavivaba, me daba coraje para hacer todo lo posible por salir adelante. Una mañana me dijeron que estaba estable y que me bajaban a la habitación. A partir de entonces ya no tuve la sensación de estar mal, pues pasaba más tiempo despierto y, de ese modo, eres más tú.
¿Cuánto tiempo pasaste en el hospital?
Cincuenta días, casi dos meses. Pero la recuperación iba muy bien y todo el mundo estaba sorprendido de mi evolución. Para quitarte la cánula, se tienen que asegurar de que eres capaz de respirar por ti mismo. Me dijeron: “Cuando aguantes dos días con el tapón puesto, te la quitamos”. Pasé dos días malos, casi sin vivir. Primero aguantaba cinco minutos, luego fui alargando ese tiempo. Tenía la zona del cuello muy hinchada, negra, con un hematoma terrible. Mi familia, mis hermanas, mis cuñadas… allá estaban las 24 horas del día porque, al respirar por ahí, cada dos por tres toses, sientes que te ahogas y hay que aspirar.
No podías comer normalmente. ¿Se puede sobrevivir a base de sueros todo ese tiempo?
¡Uf, sí! Perdí 10 kilos. Me dijeron: “Javier vas a estar sin poder comer ni beber un tiempo y no sabemos cómo vas a responder, igual pueden pasar seis meses, que un año, que dos, así que lo mejor va a ser que en lugar de por la nariz te alimentemos por el estómago”. Me hicieron una gastroscopia. Te ponen una bomba que te va alimentando mientras tú estás relajado. La cánula ya era molesta para respirar, pero esto también lo llevé muy mal. Como el preparado alimenticio me provocaba unos ardores de estómago que me hacían retorcerme de dolor, decidimos reservar la comida fuerte del día para la noche. Eso suponía dilatar las tomas que debía ingerir y alimentarme mientras estaba durmiendo. De este modo, la digestión era un poco más suave y yo lo soportaba. Además, eso me daba más libertad para moverme durante el día. Así estuve dos meses. Para Chelo, mi mujer, pese a que es enfermera y es muy positiva, todo aquello fue un palo. Pero, aunque me costó al principio, comencé a levantarme. Cuando ya aguantaba un rato levantado, quería un poco más, salir a la calle. Ese afán por ir mejorando me hizo salir adelante.
Tuviste que aprender a hablar y deglutir de nuevo. ¿Cómo fue el proceso?
A los quince de días de estar en la planta me pusieron una logopeda para empezar a moverme la lengua, ya que es la que te hace hablar y tragar, y yo no podía moverla, ni siquiera la sentía. La logopeda comenzó sacándola y moviéndola con la mano, ejercitándola con masajes y ejercicios. Ahora consigo sacar la lengua un poco. Lo que no puedo hacer es levantarla y, por eso, no pronuncio algunas palabras bien ni hago la deglución completa. Me cuesta tragar, hago cuatro o cinco degluciones hasta que ingiero todo, y a veces me ayudo de otro bocado para empujar al que tengo dentro.
¿Sabían si las cuerdas vocales funcionaban?
No, no lo sabían. En el momento del accidente, supieron que las cuerdas vocales estaban tocadas, pero no hasta qué punto. Con los días, si tapaban la cánula para que no echara aire por ahí sino por la boca, intentando hablar a la vez, alguna palabra me salía. Era capaz de decir “hola”. Conforme pasaban los días en el hospital, nos fuimos dando cuenta de que era capaz de hablar.
En Mutua Navarra, ¿qué hicieron?
Bajar la inflamación. Toda mi papada era una bola, muy dura, y eso hacía que me comprimiese todo a la hora de respirar. Con masajes, estirando el cuello de aquí para allá, y haciendo ejercicios, también con la lengua, poco a poco esa sangre coagulada fue cediendo, la cicatriz se fue soltando. El golpe me traspasó la lengua hacia arriba, deshizo la base de mi lengua y seccionó uno de los dos nervios más importantes. Por eso, no puedo levantar la lengua y me cuesta hablar. El otro nervio está más o menos sano y hace parte del trabajo que no puede realizar el otro. El nervio cortado ya no se une, cada trozo va por su lado, y me dijeron que no se puede operar para alargar o tragar un poco mejor pero, quién sabe, lo mismo dentro de unos años me dicen que sí, o sale algo nuevo, o se va regenerando, y recupero más movilidad en la lengua. Cuando empecé a comer, me cansaba mucho al masticar y tragar. Procuré comer los alimentos enteros, sin batirlos, para obligarme a hacer ejercicio. Si no podía comer una croqueta entera, esperaba media hora y al rato comía la otra media.
¿A qué te has agarrado en todo este tiempo para salir adelante?
Depende mucho del ambiente donde vives, cómo estás tú personal o familiarmente. A mí me animó la idea de no perderme todo lo que estaba viviendo conmigo. Una persona que no viva en un ambiente pleno, que tenga problemas familiares, laborales o a la que su físico no le acompañe por la razón que sea, en un momento así muy probablemente se vendrá abajo. En mi caso, como todo lo que había alrededor estaba bien y no me lo quería perder, me animaba un montón y me empujaba a hacer lo que fuera por recuperarme. A medida que avanza el tiempo, ves que en casa lo llevas un poco mejor y piensas que, si eres capaz de salir a la calle a dar una vuelta, eso significa que estás bien. Y piensas: “Me va acostar un poco, pero igual salgo a la calle, por mí mismo, por mi propia recuperación, y para que los demás vean que estoy bien”. Además, estás viendo que los demás están hechos polvo y lo que intentas es transmitirles que hoy estás bien, mejor que ayer, y que todo irá bien. Así que es recíproco: ellos te animan, pero tú también intentas animarles a ellos. Tienes que ser duro en este proceso porque si, por ejemplo, te quedas en la mitad de lo que he conseguido yo…
Imagino que volver al mismo puesto de trabajo que hacías antes del accidente no era posible.
Sí, no era posible, pero no sólo por las implicaciones psicológicas, que también, sino sobre todo porque cuando la goma está limpiando los tubos del subsuelo por el colector suben gotas de vapor, polvo…, y eso para mí supone un problema porque tengo más dificultades para respirar que el común de la gente. Al principio no eres consciente, o yo no me daba cuenta de mis limitaciones. Sabía que estaba ‘tocado’, pero en ningún momento pensaba en quedarme así. Luego, va pasando el tiempo y te das cuenta. ¡Y yo me di cuenta tarde, pasado el año! Mientras te estás recuperando, vuelcas tu vida en ese proceso de recuperación. El tema del trabajo lo tienes olvidado y estás bien. Si escuchaba una sirena que me recordaba al accidente o sentía un mal olor que me dificultaba respirar, me iba a otro lado, los esquivaba. Pero en el trabajo no puedes hacer eso, ¡tienes que aguantar! El olor a pintura, a disolvente, los perfumes… me producen carraspeo y empiezo a toser. ¿Cómo iba a aguantar en el trabajo así? Además, cuando estás recuperándote no haces esfuerzos y no eres consciente de que para ejercer el trabajo que hacías requieres fuerza. Te das cuenta cuando te vas recuperando y quieres volver a hacer las cosas que hacías antes sin dificultad, pero ahora te cuestan muchísimo.
Desde el primer momento la reacción de tu empresa fue positiva.
Absolutamente. Estando en planta vino el jefe del centro a ver cómo estaba y calmarme: “Tú, ahora, recupérate, pídenos lo que necesites, cuanto haga falta, olvídate de papeleos y de todo, sólo piensa en recuperarte. Y cuando te recuperes, si puedes volver al trabajo, ya hablaremos. Si quieres volver a donde estabas, vuelves, y si no ya buscaremos otra cosa”. Yo estaba muy a gusto donde estaba y cuando podía expresarme de alguna manera —escribía en una pizarra blanca para comunicarme— lo recalcaba porque, de alguna manera, piensas que si puedes volver a donde estabas significa que ya estás bien. Por eso, tu objetivo es ése, volver a donde estabas porque estabas bien.
¿A qué te dedicas ahora?
Ahora soy auxiliar de Servicios Múltiples. Atiendo el teléfono, custodio y reparto las llaves que dejamos a los empleados, reparto correspondencia, imprimo copias para cursos que impartimos y las encuaderno, por las mañanas abro la oficina y al cierre apago luces, calefacción, aire acondicionado, cierro puertas, ventanas… Soy una especie de conserje. Es un trabajo de ordenador, estoy cambiando el chip. Si he aprendido otras cosas también podré con esto. Se han cambiado las tornas, ¡ahora soy yo el que hace los partes para otros! Pero yo estoy muy bien, muy a gusto.
Ojalá todas las empresas adoptaran esa política…
Sí, es una de las cosas que me animó, que la empresa estuviera conmigo. Dijeron: “Mira, esto es un accidente que ha pasado que ni tú ni la empresa ha querido que pasara. Habrá que seguir adelante con ello”. Según qué profesiones, ya puedes poner todos los medios que pongas, que siempre hay alguna pequeña ventana por la que se cuela algo. Aquí siempre nos están dando cursillos de primeros auxilios, si empiezas en un trabajo te dan cursillos para que hagas esto y no lo otro, son protocolos que hay que cumplir a rajatabla, pero aun así a veces hay pequeños fallos, accidentes. A raíz de esto, en la empresa se han realizado inspecciones y se han tomado medidas para que no vuelva a pasar. La seguridad y la prevención se valoran mucho. Ojalá todas las empresas fueran así, yo estoy orgulloso de la mía.
¿Qué ha cambiado en tu vida?
Bueno, quizá ya no doy importancia a cosas que no la tienen. Te das cuenta de que cuanto mejor te lleves con todo el mundo mucho mejor, o de que para qué sirve hacer mucho dinero si no lo disfrutas. Siempre he sido de disfrutar con los míos, de hacer una llamada a la familia o a los amigos para organizar una paellada, pero ahora todavía más a gusto y más a menudo. Después de haber pasado por lo que he pasado, eso para mí no tiene precio. A mí me gusta estar en la calle y disfrutar con gente. Cuando salgo a cenar, igual no puedo comer lo que el resto come o lo como más despacio, pero lo cierto es que nunca se me han quitado las ganas. Mi psicóloga me decía: “¿No te sientes observado? Como estás limitado, como no puedes hablar…” Es verdad que en las conversaciones, por ese motivo, estoy más escuchando que interviniendo, pero ahora que me voy defendiendo mejor empiezo a interrumpir un poco más. Como hablo forzado y la gente ve que estoy pasando un mal rato, me interrumpe y no me dejan explicarme. Y eso me sabe tan mal… ¡Yo quiero contarlo, quiero participar en la conversación! Al principio, cuando comía, los de alrededor estaban pendientes de si estaba bien y, si tosía y me atragantaba, se asustaban. Ahora, entre que me dejan un poco más a mi aire y que, al sentirme observado como con más cuidado, todos, yo incluido, estamos más. Antes me daba cosa quedar con mis amigos o hermanos para dar una vuelta, todos bebiendo su café o su cerveza, y yo sin poder tomar nada. Y encima sin poder hablar. “¿Qué pinto ahí, si no puedo comer, beber ni hablar?”, pensaba. Con todo, eso nunca me ha echado para atrás.
¿Qué consejo darías a alguien que se viera en circunstancias parecidas, en una situación muy difícil que ponga a prueba su capacidad de autosuperación?
No sé si soy quién para dar un consejo. Suelen decir que de todo se sale, pero es duro, hay que echarle muchas narices. Mi consejo es pensar: “Estoy aquí, pero no quiero estar, quiero mejorar”.
Raquel
Un hombre ejemplar con una familia ejemplar. Felicidades!!!!
belen
Me parece maravilloso la fortaleza que puede sacar el ser humano en unos momentos como los vividos. Enhorabuena a Javier y a seguir disfrutando de la vida cada día.
Empar Tamarit
Coincido con Raquel y añadiría un ejemplo a seguir por parte de la empresa. Felicidades!!!