Formado en LADE y Marketing, Vidal Díaz Martín es director del centro La Ribera. Situado en un palacio de aire colonial en Cascante, es un proyecto educativo diferente para chicos y chicas de 14 y 15 años creado en 2001 por un grupo de amigos, algunos de los cuales hoy son los profesores del centro. Durante la carrera trabajaban como voluntarios en una asociación de ocio y tiempo libre en Madrid al amparo de una congregación religiosa italiana, Pequeña Obra de la Divina Providencia, que posee centros en todo el mundo para jóvenes, discapacitados y mayores. En un campamento de verano en el Moncayo descubrieron la casa y empezaron a fraguar su sueño. La congregación les cedió las instalaciones, se concentraron en formarse e informarse adecuadamente, se agruparon bajo el nombre Asociación Cauces de la Ribera y, desafiando el escepticismo y la preocupación de sus padres, abandonaron sus puestos ‘seguros’ y se instalaron en Cascante para hacer con sus vidas lo que realmente les llenaba: ayudar a los alumnos que más lo necesitan, esos chicos considerados ‘difíciles’, ofreciéndoles un modelo educativo a su medida. En el Centro La Ribera se ofrece un modelo de escolarización individualizada que intenta responder a sus necesidades personales y educativas.
No sois un instituto de enseñanza obligatoria, pero tampoco un centro concertado o privado. ¿En qué consiste vuestro proyecto?
La actividad que desarrollamos se llama Programa de Currículo Adaptado. En una explicación ‘todo a cien’: se trata de chavales que están todavía en edades de secundaria obligatoria y que por determinadas circunstancias —por temas conductuales, por problemas de comportamiento, por desmotivación en los estudios, consumo de drogas…— no pueden seguir en sus centros ordinarios. Los departamentos de orientación de los institutos envían un informe al departamento de Educación del Gobierno de Navarra y éste elabora una lista y nos dice: para el curso 2015-2016 estos son vuestros chicos. A partir de ese momento nos ponemos en marcha, empezamos a contactarlos. Ofrecemos un modelo de escolarización compartida que permite al alumnado participar en las clases al tiempo que sigue matriculado en su centro de origen, ya sea éste un instituto o un colegio. Las plazas se van cubriendo. Hay chavales que a veces no entran pero, como es educación obligatoria, ¡alguna respuesta hay que darles! Excepcionalmente, nuestros alumnos se quedan dos o tres años, pues los hay que ya con trece años no encajan en sus centros. Aterrizan aquí todos los gallos de los distintos corrales y tienen una oportunidad de empezar de cero en un centro un poco ‘marciano’, que no es un instituto ordinario sino un centro pequeño donde sólo hay 16 o 18 alumnos y cinco educadores.
¿Por qué dices ‘marciano’?
Porque no es un instituto al uso, en el sentido de que la mitad del horario es lectivo en cuanto a clases teóricas—geografía, matemáticas, lengua…— y la otra mitad son talleres —albañilería, carpintería, electricidad, soldadura, jardinería, huerto y manualidades— Más otras actividades como sesiones de vídeo, música clásica o visitas a la protectora de animales y charlas sobre la responsabilidad de tener un perro. A las cinco y media vuelven a sus casas, menos los miércoles que no hay clase por la tarde. Lo de tener clase por la tarde al principio a ellos les mata, pero nuestra apuesta en ese sentido es firme porque cuantas más horas pasemos con ellos y les quitemos de la calle, mejor. Comemos con ellos, ponemos y quitamos la mesa con ellos, fregamos, limpiamos el comedor dos alumnos y dos profesores, y después de comer hacemos algo de deporte antes de volver a las aulas. Ese ambiente de pequeña familia entre comillas une y funciona bien en su caso. Nuestros chicos vienen cabreados con el mundo, con los adultos, con los profesores, con los centros educativos, con sus padres, con ellos mismos… Todo es una porquería. Nuestro trabajo es sostenerles, ponerles en un ámbito en el que puedan tener experiencias de éxito, que al final son fundamentales para todos nosotros. A lo mejor descubren que algo no se les da bien, pero que sí valen para otra cosa. Así que a lo mejor ese año que están con nosotros hacen un poco de cocina, un poco de carpintería y ven que lo de la cocina no se les da mal… Puede pasar que al año siguiente se apunten a la formación profesional que sea. Ése es el horizonte ideal: un chaval que viene, coge fuerza, retoma la confianza en sí mismo, la motivación, y luego sigue estudiando, y cuando tenga veintitantos vendrá al centro y nos contará cómo le va: “Yo a los quince años era un pieza, pero ahora soy un currante”. Eso significa que hemos hecho nuestro trabajo estupendamente y que ellos lo han aprovechado. A los chavales les rompe los esquemas que haya gente esperando de ellos algo bueno: “Yo no me leo los informes, muéstrame quién eres”. El primer día que a alguno le da por gritar y ve que tú no te achantas ni haces grandes aspavientos le va a llevar a pensar que lo que antes le funcionaba ya no le funciona. Hay situaciones que son complicadas, pero para eso es el equipo: si uno se quema un poco, ya hay otros que pueden echar una mano y tomar el relevo.
¿Cuál es el perfil de alumno que acoge vuestro centro, cómo llega un chico a ser considerado ‘difícil’?
Hay de todo. Población inmigrante y de aquí. Población gitana, pero payos también. Chavales con situaciones familiares desestructuradas y situaciones familiares normales, si es que eso existe. Lo que está claro es que la adolescencia es un período de por sí difícil, de cambios. Soy muy pequeño para un montón de cosas, pero a la vez me piden que sea mayor para otras. El suelo tiembla un poco bajo los pies del adolescente. Mi cuerpo está cambiando, me gustaría que me dejaran en paz, pero a la vez estoy en plan “venga, papá, mamá, dadme”. Sí que hay ingredientes en el caso de nuestros chicos que multiplican a lo bestia los problemas: temas de consumos, problemas en la familia… Pero no siempre se dan en todos. Y luego hay chavales que sencillamente no encajan. Hay treinta en clase, el profesor explicando, y no tiene la pregunta inteligente para captar la atención de la profesora. Y al final lo que todos queremos es un poquito de atención y un poquito de cariño. Y si no soy capaz de captar la atención con una pregunta inteligente, ya me buscaré la vuelta para captarla a mi manera. Y poco a poco nos metemos en un círculo vicioso: “si esperan de mi líos… los van a tener, porque cuando le he dicho tal cosa al profesor se han reído cuatro, así que voy a decir algo más gordo a ver si se ríen ocho.” Y poco a poco se va produciendo cierta desconexión, hasta que ya los líos son más grandes y llega el momento en que decimos: “Este chico necesita salir de aquí”. Y luego tenemos circunstancias más difíciles de chavales con medidas judiciales que también acaban encontrando su sitio. Los que lo encuentran, porque nosotros podemos montar una película estupenda, pero el protagonista es el chaval. Y si él no quiere entrar en la dinámica no hay manera.
¿Qué necesitan vuestros chicos, cuál es la receta para educarles, si la hay?
Paciencia, cariño, estar presente, firmeza, establecer límites… Eso es lo que funciona y realmente hay que trabajar con ellos. Decirles ‘no’ cuando hay que decirlo. Nosotros toleramos muy mal el ‘no’. Nuestros chavales llevan fatal el ‘no’. Y eso ha de ser trabajado en edades muy tempranas. A los peques hay que decirles ‘no’ sin disfrazarlo con veinte mil historias: “No se puede, cariño. Te quiero mucho, pero no”. Una cosa que hacemos mucho es que el niño rompe algo desobedeciendo y decimos “no pasa nada”. No, sí que pasa. El jarrón estaba ahí y ahora está roto. No has matado a nadie, pero tenemos que caer en la cuenta de que ha tenido consecuencias lo que has hecho. ¡Maquillamos tanto las cosas! Y no les hacemos ningún favor, creo. Porque un chaval que no está educado en la tolerancia a la frustración es una bomba de relojería, pues en su vida se va a encontrar el ‘no’ en algún momento. Va a ir la tienda y habrá cosas muy atractivas que no podrá comprar. O va a haber una chica que le va a decir ‘no’ en una discoteca. Y, o sabemos cómo manejar la situación, o tenemos una bomba de relojería. Cuando es un niño de seis u ocho años hace la pataleta. Un chaval de quince años hace otras cosas y un tío de veintitantos otras. Y a veces somos los padres los que lo olvidamos, no vaya a ser que el niño o la niña se vaya a traumatizar. ¡Qué no se va a traumatizar! ¡Tienen muy mala memoria para todo, para lo bueno y para lo malo! Por eso, esa parte de educarnos en el ‘no’ es muy dura, requiere mucho trabajo con nuestros chicos, pero hay cosas negociables y otras que no lo son.
Supongo que veis la evolución, les encauzáis…
Hay chavales que llegan y cambian como de la noche al día: “¡Cómo este chico podía ser así si ahora es un santo!” Otros vienen de recibir y de dar muchos golpes, por lo que siguen intentando poner en práctica ese código y tardan más. Y hay otros con los que no lo hemos conseguido y es una pena, pero sólo somos una variable más de una ecuación muy compleja. Si mi padre no ha ido al colegio nunca, mi madre tampoco y mi casa está a diario llena de gente… ¡Para qué voy a ir al colegio! No hay fuerzas que presionen en ese sentido y es muy complicado convencer a un chaval de 15 años de que tiene que venir al colegio porque va ser más feliz y va a ser mejor para él, cuando a nosotros mismos lo que nos llevaba a clase todos los días era, en la mayoría de los casos, ¡que no había otra cosa! Cuando alguno vuelve y te dice “hay un antes y un después en mi vida después de pasar por aquí”, es una maravilla. O cuando ves a un chaval que antes sólo destacaba por los líos salir con la estantería que ha hecho en el taller, le dices lo bien que le ha quedado y te responde: “¡Ostras, gracias, es la primera vez que me felicita alguien!” Eso no tiene precio. En las excursiones es generalmente nuestros chavales a los que no dejan ir (y en muchos casos ganado a pulso). El día en que te vas con ellos al Moncayo a disfrutar de la nieve o a la playa al final del curso es una experiencia alucinante porque, al igual que las experiencias de éxito que vamos acumulando en la vida, creo que son experiencias fundacionales. Y, a pesar de los líos, hay ahí un poso de cariño. En mi faceta de director soy al que le toca estar en todos los conflictos y, cuando hay que mandar a alguno a casa, lo mando, pero tengo la sensación de que, cuando has jugado limpio con ellos, ellos lo entienden, comprenden que en un montón de cosas nos van a tener al lado y en otro montón de frente.
Esos chicos, ¿han tenido mala suerte y son unos incomprendidos, el sistema tiene fallos, lagunas o es un conjunto de factores?
Es un conjunto de factores. No todos entramos por el mismo patrón, pero a lo mejor es que un centro educativo ordinario no puede atender a tanta diversidad… Hay alumnos que en una clase de treinta pueden afectar seriamente al rendimiento del profesor y de muchos compañeros, de modo que necesitan otra cosa. Yo siempre digo que no todo el mundo necesita recibir estudios universitarios, porque luego nos hacen falta fontaneros, mecánicos que no necesitan una licenciatura universitaria, sólo necesitan formarse en su trabajo. Yo sí que hago un poco de crítica en el sentido de que hace falta más formación profesional y menos inversión en crear un montón de universidades. A lo mejor tendría que haber menos universidades, pero mejores, y una formación profesional más potente, porque hay mucha gente haciendo labores de auxiliar administrativo con licenciaturas en Administración y Dirección de Empresas. ¿Eso tiene sentido? Ninguno, porque cuesta muchísimos recursos formar a un universitario para que luego se quede en la calle o las tareas que realice sean perfectamente desarrollables por una persona que ha estudiado un grado medio. No obstante, no creo que todo se reduzca a decir: “Es que no han tenido su oportunidad” o “¡Es que la sociedad es injusta!” Hay más ingredientes en la ensalada. No hay que olvidar que hay chavales que trabajan, permanecen en clase sus ocho horas seguidas escuchando al profesor y tomando apuntes, y los nuestros no. Cada uno necesita lo que necesita y es diferente. Y, bueno, luego hay circunstancias familiares, indudablemente. Yo tengo la suerte de tener unos horarios para poder estar con mis hijas y cuidar que no vean ciertas cosas en la tele, o que no se pasen toda la tarde en la calle, pero hay gente que no tiene ese tiempo o no tiene recursos.
Tenías un trabajo estable en una multinacional de comercio exterior. Traje y corbata. Y allí estuviste más de un año muy a gusto. No abundan casos como el tuyo, gente capaz de identificar lo que le gusta, con el coraje para asumirlo y hacerlo realidad. ¿Qué pasa, cuál es nuestro problema?
Una vez te has metido en la rueda del trabajo, la casa, la hipoteca…, parece que no puedes intentar otra cosa porque, ya que tienes un trabajo, ¡agárrate! Es verdad que ahora estamos en una situación laboral muy crítica y a lo mejor en el 2000 resultaba más fácil, pero sí es muy importante saber a qué te quieres dedicar. El trabajo son muchísimas horas al día. Hay mucha gente haciendo mucho más dinero que nosotros, pero metiendo muchas más horas y encima en algo que no le gusta. Yo tengo claro que lo que hago me gusta. Esto tal vez suene simplista y maniqueo. Pero donde trabajaba antes si hacía muy bien mi trabajo mi empresa ganaba más dinero y el cliente estaba más contento. Hoy, si hago mi trabajo bien, los chavales que no tienen su oportunidad pueden tenerla. Y ahí sí que no hay esquinas ni hay peros por ningún lado. Esa parte para mí es la importante. No significa que todo el mundo tenga que estar en la misma trinchera, pero esa parte de orientación para emprendedores falta. Una parte de espíritu audaz también. En nuestra promoción de Administración y Dirección de Empresas hay pocas, muy pocas personas que hayamos puesto en marcha proyectos que no existían antes. Me inserto en una empresa, en una institución, y eso está muy bien, pero hace falta tener la sensación de que se puede, de que puedes intentar un proyecto propio y de que, si no sale, ¡tampoco es el apocalipsis! ¡A otra cosa!
No cambiarías tu vida por nada, ¿no?
Hay que tener mucha suerte para saber lo que quieres hacer y que luego todo se ponga a tiro. Lo que hago me gusta. Tiene su parte dura, pero me gusta. Y soy consciente de que he tenido mucha suerte. También creo que vivimos en el país de la queja. Quejarse es gratis y a veces supone escurrir un poco el bulto. Yo no soy así. Si me tocara la lotería, seguiría trabajando en lo mismo. Seguro. Porque si te realiza lo que haces y tienes unas buenas condiciones, sobre todo con la que está cayendo, eso es una suerte.
¿Qué dirías para motivar a la gente que desea ayudar, mejorar las cosas?
Cada año chavales voluntarios del Colegio Jesuitas de Tudela vienen a conocer el centro y que les contemos nuestra experiencia. Siempre les digo que hacer un hueco en tu día a día a personas que están en peor situación que tú lleva a que te vaya llegando la situación de los demás, a que encuentres que puedes ser útil en un montón de cosas. Y eso a su vez puede llevar a que en un determinado momento pienses que puedes dedicar a esto algo más que un sábado cada no sé cuánto tiempo. Es frecuente, sobre todo en la época de universitarios, estar en la cafetería hablando sobre cambiar el mundo, pero muchas veces todo eso se queda en tertulias de café estupendas. Llega el día a día, nos ponemos el traje y la corbata, y nos olvidamos. Pues bien, la única manera de que de verdad determinadas cosas arraiguen es dejando hueco a los que están peor. Si vas dejando hueco a los que están peor, abres una puerta a que quizá mejoren. Al menos en mi caso eso es un componente importante, el hecho de que lo que estoy haciendo ayude a que determinadas cosas mejoren. Si ese componente es importante para ti, la única manera de hacerlo es llevarlo de lo teórico a la práctica. ¡Y no tener miedo a empezar un proyecto! Buscar ayuda, buscar recursos, formarse bien, estudiar bien, hacer números fríamente… ¡Porque lo que no valen son chapuzas! Lo que no podemos hacer es en nombre de la justicia o de la caridad hacer chapuzas. Porque nuestros chicos no se merecen una chapuza, no se merecen que rasquen un poco, que les vendan humo y luego nada. Si nuestros chicos ven cómo nos comportamos nosotros, cómo vivimos, si ven que juegas limpio con ellos, eso de alguna manera cala. Puede tardar más o menos, dependiendo de la armadura que se haya ido poniendo el chaval a lo largo de los años, pero a la larga acaba calando.
Shirley Sanchez Apolo
Cordial saludo, lo que Ustedes hacen con estos chicos es digno de toda mi admiración y apoyo. Entiendo que debe ser complicado "liarse" con ellos, sin embargo y más allá de lo que ellos, sus padres o sus antiguos maestros crean, Ustedes lo hacen ver tan fácil, que dan muchas ganas de imitarlos. Millón felicidades y sigan adelante. Un abrazo a todos desde Ecuador.
nachoenco
ESTE TIO ES UN AUTENTICO CRACK:..y vaya sonrisa
diego
Muchoo mi director esee vidi
David
skrrr un brindis por ser mi director ahora 2017